El oficio de escuchar

El oficio de escuchar, como toda antología que se precie, se aleja del  texto puramente memorístico. No pone punto final a lo vivido, tampoco  es un balance de lo que fue, sino un libro abierto: una selección de textos que relatan la experiencia pasada con la mirada puesta en el presente. Pararse para recoger la cosecha, celebrarla y soltarla porque para nuestro autor el peso de la experiencia no es una carga sino un compromiso para abrirse a nuevas perspectivas. El objetivo principal del libro es que sea práctico, útil para los gestaltistas, especialmente para los alumnos en sus trabajos de investigación. Trata de facilitar el acceso a textos diseminados en través del tiempo, en revistas, boletines, conferencias, entrevistas Es decir, un material que abarca cuarenta años de oficio (desde los ochenta del siglo pasado hasta los primeros veinte de este siglo). De este libro emana un saber que se expande y se ofrece a quien lo necesite. Generoso como siempre, y sin pretender serlo, Paco parece el  opuesto al avaro de Molière que, de tanto agarrarse al cofre que esconde las riquezas, confunde su propio brazo con el de un hipotético  ladrón. Paco, por el contrario, abre el cofre y echa a volar la sabiduría porque sabe que si se la guarda es como si se la robara a sí  mismo, lo que afirma con sus palabras al decir que este libro se lo debía a sí mismo. () A través de estas páginas se ve cómo Paco ha ganado en sencillez al hablar de sí y de su trabajo. Huyendo de cualquier solemnidad dice lo justo. Leerlo es disfrutar de escuchar a alguien que ha integrado su oficio. Es el testimonio coherente del artesano, del artista, del maestro que no se vanagloria de donde ha llegado, sino que venera los pasos que ha dado para poder llegar. Citando al poeta H. Heine, el proceso de maduración se parece a la pérdida del ideal griego de la juventud, cuando el entusiasmo se transforma en curiosidad, curiosidad  para buscar, para seguir buscando, pero no en medio de la oscuridad sino, como viejo sabio judío, donde haya luz. ANNIE CHEVREUX