Palenzuela Borges, Nilo (1958- )
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11,39 €Para apreciar el valor del libro de Nilo Palenzuela, es necesario recordar que la revista mexicana El Hijo Pródigo (1943-46) comenzó a editarse cuando ya hab¡an desaparecido otras muy vinculadas al exilio espa?ol como Taller, Romance o Espa?a Peregrina, aunque el esp¡ritu de esta última segu¡a animando Cuadernos Americanos. Según ha quedado expuesto en los trabajos de José Luis Abellán y Francisco Caudet (a quien Palenzuela remite justamente en su prólogo), el americanismo edénico, inducido por el aparente hundimiento cultural europeo y por aquella lógica apocal¡ptica que esgrim¡a Juan Larrea con tanta contundencia como ingenuidad, sonaba en Cuadernos Americanos muy poco acorde con las inquietudes reales de los intelectuales mexicanos. As¡ surgió El Hijo Pródigo, impulsada por Xavier Villaurrutia, Samuel Ramos y Octavio Paz, y bajo la dirección de Octavio G. Barreda.
La participación de los exiliados espa?oles en El Hijo Pródigo fue muy considerable, pero nunca determinante. Esa circunstancia facilitó el desarrollo de aquella publicación al margen de las inevitables tensiones emocionales e ideológicas que hab¡an dado nervio a las revistas donde hubo de canalizarse el torrente de creatividad favorecido por la república espa?ola y enfangado y ahuyentado por el régimen franquista. El libro de Nilo Palenzuela se centra en las páginas que aportaron a aquella revista los intelectuales "trasterrados" en tanto que filósofos, poetas, cr¡ticos, traductores, sin el valor a?adido de estar prolongando fuera de Espa?a lo que ellos consideraban, con tanto derecho, la verdadera cultura espa?ola.
Sin embargo, históricamente considerado, ese valor es innegable. El interés del libro que comentamos radica precisamente en destacar el alcance y la densidad de los trabajos que segu¡an realizando quienes ya vislumbraban su futuro profesional al margen de nuestro pa¡s. Pero Palenzuela no se limita a dar constancia o a describir, sino que "participa" en el trasiego de ideas: discrepa de Pedro Salinas a propósito de la poes¡a de Altolaguirre, amplifica la vibración demoniaca de la poes¡a según José Bergam¡n o subraya la saludable insolencia con que el humor de Max Aub irrump¡a en el ambiente de los exiliados, tan cerca siempre del ensimismamiento.
Adoptando esa forma clásica de discurrir que consiste en ensayar sobre lo ensayado, el autor pasa de un tema a otro con agilidad: por momentos se dir¡a que Palenzuela escribe para un Hijo Pródigo de hoy. Esa virtud, no exenta de amenazas Âùdispersión, visión fragmentariaÂù, se pone de relieve sobre todo en los cap¡tulos dedicados a Luis Cernuda, David Garc¡a Bacca y Mar¡a Zambrano, que entonces se encontraban en tramos fundamentales de sus respectivas trayectorias. Cernuda aún viv¡a en Escocia, y desde all¡ colaboró en la revista con su poema "Quetzalcóatl"Âùcompuesto a?os antes de pisar México por primera vezÂù y otros escritos teóricos en los que se aprecia cómo la asimilación de la l¡rica inglesa lo alejaban de la estética juanramoniana (el futuro "Premio Nobel de los exiliados" le respondió, en la misma revista, a su estilo airado y luminoso). Y tanto Garc¡a Bacca como Mar¡a Zambrano reflexionaban sobre las relaciones entre filosof¡a y poes¡a por derroteros que, según destaca Palenzuela, supon¡an una derivación cr¡tica y fértil de la escuela filosófica formada en torno a Ortega.
Uno de los máximos disc¡pulos de Ortega, José Gaos, aparece en la revista con motivo del debate sobre Juan de la Cruz que, organizado poco antes por la editorial Séneca, fue publicado por El Hijo Pródigo, y que Palenzuela nos ofrece como sustancioso colofón de este libro. El filósofo espa?ol estaba ya integrado en el ambiente académico mexicano, lejos de una Espa?a que, como él mismo dijo, era "la última colonia que permanec¡a colonia de s¡ misma, la única nación hispanoamericana que del común pasado imperial quedaba por hacerse independiente". A propósito del poeta carmelita, el diálogo que entablan Gaos, José Vasconcelos, Octavio Paz, Eduardo Nicol, D. Garc¡a Bacca y José Bergam¡n, entre otros, muestra la distancia entre la amplitud de miras del pensamiento ejercido a la intemperie y la miop¡a oronda con que se pontificaba en la Espa?a de entonces, donde alguien como Giménez Caballero se atrev¡a a afirmar: "El ensayo es un género nacido a la literatura cuando el tratado teológico y dogmático de nuestra edad de oro deca¡a. Nosotros hemos reaccionado salvadoramente contra ese género tan liberal, tan encantador y tan maléfico que ha sido el ensayo". Hoy resulta absolutamente vac¡a de interés la religiosidad militante